Liébano Sáenz
Rodrigo, hoy inicias el ciclo más fascinante de tu vida, ámala y cuídala como a tus ojosEl país ha regresado a la senda de las reformas. Y lo ha hecho por la puerta grande y de manera diferente. Así es porque los cambios han sido alcanzados sin que un partido tenga mayoría absoluta en el Congreso o en alguna de sus Cámaras, circunstancia vigente desde 1997. También ha sido distinto por el esquema de una reforma incluyente, es decir, un modelo de negociación que integra a las tres fuerzas políticas de mayor peso político y legislativo. En un año, el país ha logrado cambios que no habían sido posibles en tres lustros. Hay desgaste, pero también reconocimiento y, más que eso, estamos ante un país revitalizado por las transformaciones institucionales.
Es natural que los cambios generen resistencias y que también salgan a relucir sentimientos de incertidumbre. Un ejemplo es la actitud de los remanentes del Consejo General del IFE, miembros genuina y honestamente preocupados por la suerte de la institución madre en la construcción de la normalidad democrática. La Cámara de Diputados ha ponderado la minuta enviada por el Senado y ha realizado las correcciones a partir de la experiencia y solidez que caracteriza a los diputados de esta legislatura. Muchos hemos expresado nuestra opinión y, en algunos aspectos, reserva sobre el sentido de los cambios prácticamente avalados por el Congreso. Sin embargo, ya hay definiciones y, más allá de la resistencia a los cambios, la tarea de ahora es contribuir, aunque sea con la opinión, sobre la mejor forma de aplicar y dar curso a estas reformas.
En breve habrá de aprobarse la reforma energética. Por la disposición de las partes en el acuerdo se prevé una transformación histórica, profunda y consecuente con las necesidades de este fundamental sector del país. Para la izquierda, este cambio ha sido todo un desafío; su decisión de ser marginal le ha hecho perder la influencia y el poder de negociación que mostró en otros de los grandes cambios. También está pendiente una reforma fundamental para la izquierda, la política del Distrito Federal, territorio que ha gobernado con amplio apoyo ciudadano desde 1997. Por ello es de elemental sentido común el regreso del dirigente del PRD a la mesa de negociación, mucho más cuando el gobierno y el PRI han mostrado determinación para honrar los compromisos suscritos en el Pacto por México.
La afirmación puede resultar incómoda a muchos en la izquierda, en especial ante la aprobación de la reforma energética, pero es una realidad que el Pacto por México ha sido la plataforma fundamental para hacer realidad muchos de los cambios demandados por la izquierda. La decisión de mantenerse al margen no frena las reformas, sino que los acuerdos se den con el entendimiento entre PAN y PRI con todas las implicaciones que eso tiene para el programa y la estrategia de la izquierda. Ser contestatario al margen del acuerdo conduce al regocijo propio de la soberbia moral, pero normalmente tiene efectos nefastos para la causa que se pretende defender o promover. La presencia del PRD en la negociación para la reforma energética hizo falta para enriquecer el sentido del cambio.
La negociación ha dado resultados principalmente porque la mayor minoría a cargo del gobierno ha estado dispuesta a los acuerdos. En este sentido, la oposición ha contado con un terreno fértil para hacer valer propuestas históricas que no se habían logrado en el pasado, en el caso del PAN, ni siquiera cuando tuvo el poder nacional. Un ejemplo de esto es el tema de la reelección consecutiva, aspecto controvertido y de serias implicaciones para el sistema político y electoral. Propuesta que divide al PRI y al PRD, y que además se debate entre una opinión pública que la rechaza y una voz académica que la demanda, pero que a fuerza de negociación se ha hecho realidad.
De manera análoga, el PRD se fijó la propuesta de una reforma fiscal que no incluyera el IVA generalizado en medicinas y alimentos, postura polémica desde varios puntos de vista. El PAN, quizá más por evitar costos políticos y electorales, resolvió excluirse de las negociaciones y en su momento intentar reivindicar a su favor la inconformidad de los sectores afectados, como lo ha hecho en las zonas de la frontera. El tema no es precisamente definitorio de la suerte de los partidos en los comicios locales y federales a más de año y medio de distancia, lo que sí es un hecho es que la fuerza de la negociación del PRD permitió dar un sentido inesperado a los alcances y al contenido de la reforma hacendaria.
La suerte futura del Pacto por México no está clara. Es cierto que con la conclusión de la reforma en materia de energía y la política del DF, el acuerdo pasará a una segunda etapa, pero también es una realidad que en la agenda de los cambios hay mucho por delante, además de que las reformas alcanzadas requieren legislación secundaria y fórmulas concertadas de aplicación. El futuro del Pacto por México puede parecer incierto, no así la necesidad de acuerdos. En todo caso, lo que queda por dilucidar es si la postura del PRD habrá de llevar al acuerdo dominante PRI-PAN o si se continuará con un esquema tripartidista. Este asunto obliga a la izquierda un cálculo complejo en el que también debe incorporar el desafío que le plantea la incursión de Morena en el escenario político partidista.
Otro elemento a considerar es que hasta ahora el Pacto por México convoca solo a las fuerzas políticas, hecho explicable porque su objetivo consistía en hacer realidad cambios legales. PRI, PVEM, PAN y PRD integran a la mayoría parlamentaria abrumadora. Sin embargo, esquemas formales o informales de inclusión o consulta se vuelven pertinentes en el proceso de aplicación de los cambios ya aprobados.
Las reformas no son objetivo, sino medio para dar respuesta a las necesidades nacionales. La realidad del país plantea retos monumentales en materia de combate a la pobreza, calidad de gobierno, estado de derecho y seguridad pública. La fuerza de la negociación puede conducir a transformaciones legales profundas, pero lo fundamental para el país es la solución a los grandes problemas nacionales, objetivo central de la política y del gobierno.