Entrevista realizada por Raúl Ferráez Texto: Ramon Serrano Fotografía: Fernando Villa del Angel
La historia caracterizará al sexenio de Ernesto Zedillo como uno de los más difíciles y decisivos del siglo XX mexicano. No se prodigó en lucimientos, y sí, en cambio, en historias ásperas y esfuerzos sin resultados constatables a primera vista. Surgió entre asesinatos, inestabilidad y guerrilla, trastabilló entre crisis económicas, proyectos impopulares como el Fobaproa o acontecimientos de triste recuerdo, como Acteal o Aguas Blancas. Pero fue también, el sexenio de los cambios más profundos en la estructura de la nación. Sexenio de recuperación y solidez financiera, de incipiente política plural, de pujantes conquistas de la libertad de expresión, de preparación para el actual debate democrático. Se ha dicho mucho: el sexenio del presidente menos avezado en política terminó siendo, también, el sexenio de los cambios políticos más importantes. Y si al frente de esta cruzada se encontraba el presidente Zedillo, junto a él coordinaba, sugería, tamizaba lo contingente de lo esencial, la circunstancia de la sustancia histórica, su secretario particular, el abogado Liébano Sáenz. Poco amigo de reflectores, más adepto a la política de cámara que a la sinfonía del poder, Liébano Sáenz fue el hombre que poco se vio pero que siempre estuvo presente en un sexenio accidentado pero esencial para el México contemporáneo.
El operador político
“Quisiera que en esta entrevista me destacaran como hombre de familia”, sugiere Liébano Sáenz mientras posa para las fotografías. Habla desde la perspectiva que dan dos años y medio de haber dejado de ser el operador político de la Presidencia de la República, ahora que ya se ha acostumbrado a ser un ciudadano más, y no uno de los hombres que discutía las más altas decisiones de gobierno del país.
Confiesa que no le ha sido fácil esta lejanía del poder. “Es un proceso muy complejo, antes estabas en permanente tensión, en un ejercicio constante de análisis, y tu cuerpo reacciona a eso”. Compara su experiencia con la de los soldados de Vietnam. “Cuando los norteamericanos empezaron a regresar a sus militares crearon hospitales para ellos, porque eran adictos a la adrenalina y las endorfinas y había que adaptarlos a una vida más relajada”.
Del mismo modo, Liébano Sáenz debió acostumbrarse, desde diciembre del 2000, a no despertar en la madrugada angustiado por algún pendiente, a no levantarse en las mañanas con la premura de leer las noticias y plantearse nuevos planes de acción. “Eso ya no te toca, no es tu asunto, y entender esto es un proceso en el que hay que ayudarse con terapias personales que uno va diseñando”.
Ahora diseña una vida ajena al juego político, pero aún son cercanos los tiempos en que diseñaba estrategias de operatividad política; en las que discutía, junto con su jefe Zedillo, los grandes temas nacionales. “Él confiaba en mi capacidad para planear la agenda en función de los riesgos de la semana, del mes, del año, del programa de gobierno, de los acuerdos que se tomaban en los distintos gabinetes, y de la agenda nacional que de alguna manera proponían los grupos de poder o la circunstancia mundial. Nos reuníamos los domingos en la noche para ver la agenda de la semana y hacíamos un poco de prospectiva para el mes. La otra parte que delegaba en mí era la atención de la ciudadanía y gran parte de la audiencia de las elites que él tenía que tratar. También preparaba sus giras nacionales. En las internacionales sólo participaba para cuidarle los tiempos, pues éstas las preparaba Relaciones Exteriores y la Secretaría de Comercio”.
os críticos del gobierno zedillista reprochaban demasiada concentración de poder en Sáenz. Se le describía como el que sacaba adelante las actividades políticas que el economista Zedillo no sabía enfrentar. “Aquí vale una precisión: cualquier persona cercana a la cotidianeidad de un Presidente es un asesor, siempre y cuando haga consiente esta función. Ahora, ¿qué quiere decir esto? Pues que si alguien, dada su posición, está decidido a aportar al proceso decisorio del Presidente de la República, tiene que prescindir de proyectos y lógicas personales y adoptar como premisas de la acción política la lógica y el proyecto del Presidente. En función de ello, acercarle información y elementos de juicio para reducir la incertidumbre y el margen de error; nunca tratar de suplantar su lógica, su proyecto, y mucho menos sus atribuciones legales”. Estas cualidades formaron parte de Liébano Sáenz al estar al lado del Presidente Zedillo; además, las circunstancias políticas del gabinete le permitieron alcanzar este nivel de operatividad. “Ernesto Zedillo es un economista muy depurado y preparado, académicamente muy bien acorazado, tiene una gran inteligencia, pero es un economista y estaba rodeado de economistas. El hecho de que yo fuera abogado pudo significar una contribución por una línea de formación distinta, porque los economistas planean, crean mundo —algunos muy idealizados, muy teóricos— y los abogados somos soldados preparados para el combate, estamos vestidos para ir a la lucha. Entonces a mí me llamaba la atención cómo reaccionaba el grupo de economistas frente a los retos y también frente a mi formación”.
No obstante, la peculiar formación del gabinete de Ernesto Zedillo logró una administración sobria, responsable, que consolidó proyectos y cumplió metas necesarias para el brinco a la alternancia política. Sáenz enumera algunos de estos logros. Logros del gabinete, del Presidente, pero logros suyos también. “La década pasada es una de las más ricas en la historia de México. TLC y apertura comercial; reformas constitucionales a los artículos tercero, 27 y 130; la autonomía del Banco de México; el SAR; la transformación de base del Poder Judicial; la consolidación de un sistema de elecciones creíble y legal. Fueron muchos avances en poco más de diez años”.
Este esfuerzo fue producto de sociedad y gobierno, y dentro del gobierno, lo mismo que los Secretarios de Estado y sus equipos, que del equipo más cercano al Presidente Zedillo, equipo liderado por el mismo Sáenz. Tal influjo tuvo el abogado en el equipo del Presidente, que mucho se insistió en adjudicarle una posición de vicepresidencia virtual en el escalafón del gobierno. Pero Sáenz aclara que este nivel de poder es solamente un mito. “Es cierto que Zedillo delegó muchas acciones específicas en mi persona, pero nunca me dio, a lo largo de los seis años, un cheque en blanco. Los Presidentes te prestan dinero, el coche, el caballo, pero la banda no se la prestan a nadie nunca, los Presidentes la traen puesta y nomás ellos la ejercen”.
Sobre todo el Presidente Zedillo, un Presidente hosco, desconfiado, muy concentrado en una visión personal de su mandato, renuente al debate y a la integración. “No es un hombre que compre los puntos de vista con facilidad, posee una gran disciplina personal, es muy duro consigo mismo y por extensión es muy exigente con todos los que lo rodean”.
Los candidatos y el operador
Liébano Sáenz asegura que su ascendente político proviene de su formación académica en el derecho, pero acaso deba buscarse otra influencia más cercana: el aprendizaje político recibido de Luis Donaldo Colosio.
En la Secretaría de Desarrollo Social “tenía un equipo de coordinación que se reunía a diario. Participaban Samuel Palma, Marco Bernal, Carlos Rojas, José Luis Soberanes, María de las Heras, Cesáreo Morales, Javier Treviño, Melchor de los Santos y yo. Todos los lunes evaluábamos lo que había pasado en la semana y planeábamos lo que habría de llevarse a cabo en función de la agenda del Presidente. Samuel Palma era una suerte de coordinador del grupo. Siempre faltaba alguno: le decían que no habría reunión, de tal manera que Luis Donaldo era el único con la película completa”.
Un día después de anunciarse la precandidatura de Luis Donaldo Colosio, éste mandó llamar a Sáenz a su oficina. Le presentó al Secretario de Educación, Ernesto Zedillo. También le anunció: “Él va a ser el coordinador de la campaña”. El candidato le habló al coordinador sobre su grupo de estrategia, y le sugirió: “Pídele a Liébano que te los cite hoy en la tarde.
“Me sorprendió porque yo no era el coordinador del grupo pero no pedí explicaciones, me estaban delegando una responsabilidad y había que ejecutarla; empecé a llamarles uno por uno y les dije para qué era; y uno por uno me dijeron que estarían ocupados y no podrían estar ahí, con excepción de Rojas, quien desde el principio aseguró que iba a estar. A los pocos minutos de mis llamadas, empezaron a responderme: ya habían revisado sus agendas y podrían estar después. Así empezó mi vínculo con el coordinador de la campaña Ernesto Zedillo”.
¿Qué virtud destacó en Liébano Sáenz para merecer tal distinción de Ernesto Zedillo? “Un día aparece una editorial, dice que Zedillo no debía ser Coordinador de Campaña y se publica una larga lista. Busqué a Colosio y se lo conté. Le dije: ‘creo que hay que tomar acciones porque nos van a responsabilizar del mensaje’. Respondió: ‘no te confundas, el candidato soy yo y yo designé como Coordinador a Ernesto, él es el jefe de todos ustedes, entonces no le den vueltas al asunto y déjense de grillas’. Me pidió: ‘Habla con todos tus amigos y diles que ese es su jefe’.” Liébano intentó concertar. Asunto difícil en un grupo que no estaba listo para aceptar a Zedillo como coordinador. Liébano le comentó la charla con Colosio a Zedillo. “Me dio la impresión de que no me creyó pero agradeció que se lo platicara. De allí en adelante, como él tenía su oficina en Cuicuilco, siempre pasaba por mi oficina a la hora en que llegaba, evaluábamos las cosas, nos hablábamos durante el día y había una junta de evaluación periódica cada semana con el Candidato y todos los funcionarios”.
Tras el asesinato de Colosio, el ambiente político exigía que el nuevo candidato del PRI adoptara elementos de la campaña colosista para su propia campaña. “El factor determinante es que cualquiera que hubiese sido candidato necesitaba colgarse a Colosio para ganar”. Zedillo buscó entonces gente del grupo de Colosio para incluirlo en su propia campaña. “Éramos muchos: José Luis Soberanes, Hopkins, Oscar Navarro, Alfredo Narváez, Samuel Palma. Pero la naturaleza de mi trabajo y mi voluntad de llevar una relación cordial para todos lados contribuyó a que, si iba a escoger a alguien, escogió a aquél con quien había tenido una mejor relación”.
Cuando Zedillo fue electo Presidente, Liébano Sáenz suponía que sería llamado para ocupar algún puesto en el equipo de trabajo. “No me iba a hacer secretario porque no era parte de su equipo, pero le había servido con una entrega de 24 horas diarias a lo largo de la campaña y no sería elegante mandarme a la calle”. En los días próximos a la toma de posesión, Sáenz elaboró un programa de preparación de la oficina de la Presidencia.
Zedillo fue claro: “Me dijo: ‘pero tú no vas a ser el Secretario Particular’. ‘No importa, Ernesto, pero tienes que entender que el mundo no empieza a construirse cuando tú llegues a la Presidencia, hay que darle continuidad a una institución que ya estaba.’” Días después, Sáenz recibió la encomienda del Presidente Electo de citar a un hombre recomendado por Carlos Castillo Peraza, Diego Fernández de Ceballos y Luis H. Alvarez. “Nosotros no conocíamos físicamente a Lozano Gracia. Zedillo me pidió que lo buscara y lo llevara con él. Cuando dejé a Lozano en la sala de espera y subí con Zedillo, él me dijo: ‘oye, entonces qué, ¿quieres ser mi Secretario Particular?’. Le contesté que pensé que nunca me lo iba a pedir, en realidad estoy preparado para solicitarte otras cosas, y en efecto metí la mano en mi saco para sacar mi tarjetita, pero él interrumpió: ‘No, no saques nada, vas a ser mi Secretario Particular’. Y en ese momento asumí el cargo, a unos días de la toma de posesión”.
A pesar del tiempo de campaña, Liébano Sáenz aún no conocía muy bien a su jefe. “Conviví prácticamente toda la campaña con él y su familia, pero es un hombre difícil de llegar a conocer. Sí llegué a hacerlo, llegué a tenerle gran afecto y gratitud, pero no lo conocía muy bien en ese momento”.
Diferencias sutiles entre pertenecer a la oficina de Presidencia y ser un miembro del gabinete: aunque el primero, en algún momento, puede llegar a tener más poder, también es tal su desgaste político que debe posponer, al menos durante ese sexenio, su proyecto político personal. “Ningún miembro del staff debe caminar junto con el Presidente con un proyecto personal, tienes que renunciar a llevar a cabo acciones para ese proyecto, los tienes que posponer, y así me lo planteé, muy rápido supe que no iba a tener otra oportunidad en ningún otro puesto y así me lo dijo”. Así, por ejemplo, cuando Emilio Chuayfett renunció a la Secretaría de Gobernación, y en los medios políticos ya se barajaba el nombre de Sáenz como su posible sucesor, Ernesto Zedillo de inmediato le aclaró: “Quiero decirte que serías un gran Secretario, pero yo te necesito más aquí”. Entonces le dije que no necesita recordármelo pues ya me lo había dicho, además, yo no soy un hombre de poder, yo soy un político y Ernesto Zedillo me permitió ejercer la política a plenitud, cosa que le agradezco”.
Liébano Sáenz asegura que su destino con Luis Donaldo hubiera sido distinto, “porque yo sí era parte del grupo de Luis Donaldo, un grupo mucho más grande del que tenía el doctor Zedillo”. En el nuevo grupo al que accedió, lo llevaron, paradójicamente, al estrado del más alto poder, pero también al de menor futuro político inmediato.
La alternancia
Se ha discutido mucho el papel de Ernesto Zedillo en la alternancia. Liébano Sáenz, desde el sitio privilegiado en el que observó este proceso, puede aclarar y deslindar: “Ernesto Zedillo estaba por la legalidad en general y por la legalidad electoral en particular, con o sin alternancia. Es importante dejar en claro que la alternancia sólo la deciden los votantes y así fue el caso en la elección de julio del 2000. Creo, sin embargo, que la dificultad de la campaña del candidato presidencial de mi partido para hacer propios los logros de las administraciones priístas y razonar sobre sus alcances, le impidió sumar políticamente una de sus fortalezas que era su experiencia y capacidad de dar resultados. Además, desde que era Presidente Electo, Ernesto Zedillo fue claro en torno a la necesidad de que para su actualización política, el PRI fuese más autónomo del Poder Ejecutivo. Autonomía era darse procedimientos claros para la toma de decisiones dentro del partido. Hay quienes consideraron que la autonomía era oportunidad para excluir y parcializar. En una actitud de obligada autocrítica sobre los asuntos de los que me considero corresponsable, estimo que mi partido llegó al 2 de julio del 2000 con una propuesta política que no correspondía a la primera década del siglo XXI. La lección de la derrota nos obliga al cambio, a acrecentar la inclusión y, desde luego, definir una agenda propia a la nueva circunstancia del país y del mundo”.
A juicio de Sáenz, los electores, más que por un proyecto, votaron por una renovación de la política en México; renovación que ya no permitía el Partido Revolucionario Institucional. “La sociedad mexicana votó por cambios en la práctica política. Y la verdad es que algunos están a la vista y otros no. Limpieza y transparencia; una presidencia moderada; mayor responsabilidad en la función pública; prudencia; cursos de acción claros, explícitos y realistas. Esto venía ya dándose desde antes. Bastaría la consolidación de estos elementos para que el cambio haya sido un éxito. Se trataría de una transición lograda en la forma de ejercer el poder, con discreción y orden. Eso no resuelve todos los problemas pero sería un avance enorme. Hay que insistir: eso necesariamente debe pasar por regresarle prestigio a la política y a las instituciones; que quede claro, yo estoy hablando de política y no de politiquería”.
El sistema partidista
En los albores de esta nueva cultura política, el sentimiento generalizado es el hartazgo hacia los políticos en específico. ¿Se justifica? “En algunos casos no ha habido los acuerdos esperados porque la diversidad de la representación no permite acercar mucho los distintos puntos de vista. Y esa diversidad es la representación que los mexicanos escogimos el 2 de julio del 2000. Y el resultado de esa elección es de extrema complejidad como reflejo fiel de la pluralidad de la sociedad mexicana, pluralidad que no permite pensar que en materia de decisiones fundamentales pueda haber acuerdos en automático. Esta distinción es necesaria para que no corramos el riesgo de cuestionar la validez misma del principio de representación, lo que nos llevaría a concluir absurdamente que desde el punto de vista electoral, la opinión de algunos mexicanos pueda y deba contar más que la de otros. Ese es el problema de la democracia. El menos malo de los sistemas que mediante el voto iguala a todos”.
Tomando como siempre, el ejemplo de nuestro vecino en el norte, muchos analistas han intentado comparar nuestro sistema político con el norteamericano “en mi opinión, es un error; no sólo por las diferencias obvias entre ambos países, sino porque en los Estados Unidos la desconcentración regional y sectorial de la riqueza permite que la política, no obstante su estrecha vinculación con el dinero, genere equilibrios más o menos razonables. En México tal esquema nos puede llevar, precisamente por la concentración del ingreso, a una expresión con fuertes tendencias oligárquicas por esta razón, los partidos en México son fundamentales; allá, son simples maquinarias electorales poco relevantes en la mediación entre el poder y la sociedad.
“El desafío inmediato de la política es cómo mejorar a la política que no es lo mismo que mejorar la imagen de los políticos. El tema de fondo, de sustancia, es que la política dé respuesta a las exigencias colectivas por un mayor crecimiento y por una distribución más justa de los beneficios del desarrollo. La agenda de la equidad debe estar en el centro y ello no sólo tiene que ver con cuestiones económicas, también se entreveran las de género, las de raza y muchas otras”.
Y es precisamente la imagen de la política entera la que se ha visto golpeada en los últimos tiempos. “Hay un desencanto mal entendido sobre el escenario institucional de México, escuchamos hablar frecuentemente en términos peyorativos de que tal o cual cosa se está politizando. Y, paradójicamente el país lo que necesita ahora es más política, no menos. Si en un momento dado se intenta desprestigiar a tal o cual político, el resultado es que se desprestigia a los políticos y a la política. Si en un momento dado se intenta desprestigiar a tal o cual partido político, la resultante es que se desprestigia al sistema de partidos políticos. Así, si en un momento dado se intenta desprestigiar a tal o cual grupo de legisladores, vamos a terminar desprestigiando al Congreso y a la división de poderes. En un entorno de desinstitucionalización es imposible procesar decisiones políticas colectivas. Si se construye el falso dilema entre partidos, políticos profesionales e instituciones por un lado y causas y acciones ciudadanizadas por el otro lo que se está impulsando es la ingobernabilidad y la parálisis”.
Volviendo a la vida
Me pareció muy interesante su narración y particularmente su expresión mesurada y objetiva, de su paso por el sexenio del Lic. Zedillo. Cual es su opinión de los gobiernos del Lic. Fox y del Presidente Calderón,
Lo felicito, me seria muy importante su análisis de los tiempos actuales, Gracias.