Moisés Naím: «El fin del poder»


Por Liébano Sáenz

El creador de Facebook Mark Zuckerberg, se ha propuesto para este 2015 mejorar su propio hábito de lectura, y hacer que los usuarios de Facebook  nos sumemos a la iniciativa que acaba de proponer: leer un libro cada dos semanas, el reto suena indispensable para los días que vivimos ávidos de nuevas reflexiones que atiendan a nuestra realidad inmediata con profundidad.  De allí,  que hoy hagamos un breve análisis  de la primera lectura  a la que nos convoca Zuckerberg.

Como quien encuentra una puerta que libera en un laberinto, o una ventana en el vacío; el  libro del venezolano Moisés Naím, El fin del poder, da cuenta de la manera en que se ha separado el poder en una inmensidad de factores para explicar que los centros tradicionales son incapaces de conservar su influencia por las presiones internacionales cambiantes, las redes sociales y la circulación incesante del dinero. Así como el llamado “nuevo poder”,  fincado en la aceleración de las masas, la crisis del estado actual, el binomio perverso del poder económico y político así como el rejuego de los empresarios y los grupos sociales.

Sin asumir un tinte ideológico de batalla -lo que enriquece mucho el trabajo- advierte la posible degradación del poder;  las nuevas formas de apropiarse de los ciudadanos para mostrar el sentido del poder de las masas; en una esfera social inacabada.

Para nuestro autor, la democracia no significa, en lo absoluto, gobierno con el consenso del pueblo. Por eso no debemos cansarnos de repetir que las dictaduras que han marcado la historia del siglo XX gozaron por largo tiempo del consenso popular.

Decir que “todo es político” propone la universalidad de las relaciones de fuerza y su esencia en un campo de esta índole; pero además, es plantearse la tarea hasta ahora esbozada, de desenredar esta madeja indefinida.

En El Fin del Poder  se plantea que es más fácil obtener el poder por fuerzas que van desde la tecnología a la demografía, ya que en nuestro tiempo hay una gran cantidad de cosas que hacen que los escudos que siempre han protegido a los poderosos, sean menos protectores.

Para Naím los máximos poderes de nuestro tiempo son: el poder de los medios de comunicación y el poder financiero.  Pues ¿Quién puede negar que existan grandes conglomerados de medios y grandes concentraciones de riqueza en pequeños grupos de personas?

El sistema mismo favorece esta concentración de poder. Tenemos la libertad de pensar y de actuar pero los medios de comunicación mantienen una lucha constante para encasillar a la población en una corriente de pensamiento. Mientras que los políticos del mundo los apoyan impidiendo a las masas el acceso a la educación.

Moisés Naím también advierte que la mayor parte de la población del mundo se encuentra indefensa, carente de poder, del poder de hacerse escuchar y del poder económico. Para mostrarnos que las democracias siguen siendo solamente utopías.

En el libro se hace énfasis en que el poder se obtiene fácilmente y es aún más fácil perderlo, pero es muy difícil usarlo; Naím advierte que lo que sí ha cambiado es que obtener esa capacidad de obligar a otros a hacer algo, se ha vuelto más fácil, pero se pierde más rápido.

En El Fin del Poder se evidencia que las redes sociales son un instrumento, que tienen usuarios, los cuales tienen sentimientos, intereses, valores y perversiones.

Para Moisés Naím, existen tres revoluciones: la revolución del “más”, la revolución de la movilidad y la revolución de la mentalidad. En la revolución del más, vivimos en un mundo de abundancia donde cada día somos más habitantes, más jóvenes, tenemos una economía más grande con más tecnología, más gente viviendo en ciudades y más clase media con mayor bienestar social y material, donde cada día se vuelve más difícil gobernar y controlar un mundo de tanta abundancia.

La revolución de la movilidad se basa en que vivimos en un mundo donde todo se mueve: las ideas, el dinero, la gente, los productos, servicios, las crisis, las pandemias, los mercados y los productos, entre otros muchos.

La revolución de la mentalidad; hoy, vemos cambios en los valores, las expectativas, las aspiraciones y los deseos; pero sobre todo en la forma de pensar y tolerar los fenómenos que antes eran sinónimo de control para quienes tenían el poder. Hoy, prácticamente ya no hay garantías, las personas somos más críticas y exigentes ante el poder.

Podemos decir siguiendo a Naím, que las primeras dos revueltas generan la revolución de la mentalidad, donde el mundo ha cambiado en cuanto a aspiraciones y expectativas.

El autor señala  que se ha dado  la proliferación de micro poderes en las democracias, lo que está generando situaciones en las cuales hay muchos nuevos protagonistas que tienen el suficiente poder para bloquear las cosas, pero nadie tiene el poder de imponer un orden, de poner a funcionar una estrategia de desarrollo, una visión de país.

No hay que perder de vista, que la desintegración excesiva del poder y la discapacidad de los principales actores para ejercer el liderazgo son tan resbaladizas como la congregación del poder en unas pocas manos.  Hay que agregar,  siguiendo al autor, que lo anterior obstaculiza los intentos de acción colectiva para solucionar efectivamente problemas como la propagación nuclear, el cambio climático o la inseguridad cibernética. En este argumento, afirma, surgen demagogos inexpertos y mal intencionados, a quienes denomina terribles simplificadores; sujetos, sujetados o  individuos indivisibles que aprovechan la desilusión y la incertidumbre incitados por las mudanzas rápidas.

La solución, sostiene, es muy espinosa pero indispensable: dar más poder a quienes nos gobiernan, aunque no confiemos en ellos; para ello, los partidos políticos deberán adecuarse a las insuficiencias del siglo XXI.

Naím nos deja una enseñanza: urge cambiar nuestra forma de entender y valorar el poder para ser capaces de desafiar una oleada de innovaciones e improvisaciones, que empezarán desde abajo. Será “caótica y lenta” pero inevitable. Los cambios que se avecinan son un desafío para el Estado actual. ¿Olvidaremos al Estado moderno? ¿Lo conservaremos? Naím ya contestó estas preguntas porque fueron rebasadas y asumidas por la propia sociedad de nuestros días.

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